jueves, 30 de julio de 2015

Vida marina

Elegante y bella, a la par que irritable, la medusa navega entre dos aguas sabiendo que nadie se le acercará.


Moluscos apretados, protegidos unos con otros, en las rocas de una orilla mecida al capricho de las olas.


Tomates de mar, anémonas llamativas con células urticantes y paralizantes si, al igual que las medusas, se tocan.


Los peces viajan en grupo, protegidos unos con los otros, alimentándose en comunidad.


Y bajo la orilla, el caos, con la arena desordenada por la corriente.


This is the sea ...

martes, 21 de julio de 2015

Relaciones con la mar

Año tras año, con las décadas marcadas en el rostro, amante de una mar que sigue llamando para un abrazo completo.


Cada uno rema para el lado opuesto, dispuestos a distanciarse.


Vivir entre hormigón, la fibra o el aire; distintas opciones.


La mujer libre en la inmensidad.


Dormir sobre una ola.


Salpicado de espuma salada.


Hundir la cabeza en el líquido purificador.


Sol, roca y mar, formando un espacio de tres dimensiones sobre el que flotar.


Intentando enredar lo visible o lo invisible.


Flotar sobre un espacio de aire.


Tomar fotos sobre una cama de arena.


Cabalgar sobre el azul.

Over the sea.

viernes, 10 de julio de 2015

Tercer día: la prueba

Poco antes de las cinco de la mañana abría los ojos, después de unas escasas horas de sueño intranquilo. El dueño de la casa nos tenía preparado un suculento desayuno del que dimos buena cuenta. Los nervios estaban ya a flor de piel. La pulsera de identificación con el número de participante, bien cogida a la muñeca derecha; en la muñeca izquierda un reloj. Como vestimenta, maillot, culote y chaleco cortavientos de mi club, y en mis brazos unos manguitos de la media maratón de Marbella.

En el coche, camino de la salida, iba repasando mentalmente el recorrido, los tiempos máximos de paso en los puntos de control. Iban surgiendo las dudas y los nervios entre risas. Llegamos muy temprano a Sabiñánigo, aparcamos, repasamos todo: bicicleta, herramientas, repuestos, comida; y nos dirigimos al punto desde donde teníamos que salir, en el último cajón. Ya había miles de ciclistas por delante nuestra, y mira que era temprano.

Ya metidos en la cola del pelotón, esperábamos impacientes el cohete que a las 7.30 indicaría que empezaba la prueba.


Se dio la salida, pero aquello no se movía, seguíamos estáticos en el mismo sitio. Miraba a mi derecha, donde estaba el arco de salida, y no notaba movimiento alguno. Cuando he ido a alguna cicloturista o media maratón a pie, es normal que tarde unos cinco minutos en ponerme en marcha; pero aquello no era normal, llevaba veinticinco minutos y había avanzado diez metros. Por fin pude empezar a moverme y pasé por el arco ya pasadas las ocho de la mañana. Antes de las 11 tenía que estar en la cima del Somport. La gente no rueda, vuela sobre la bicicleta; miro el ciclocomputador y no doy crédito de la velocidad a la que voy pedaleando: 35 Km/h con el corazón en la boca y me siguen pasando como motos.

Empieza la larga subida camino del Somport y me encuentro muy fuerte, con muchas ganas. He perdido de vista a mis dos amigos, y no consigo dar con un pelotón en el que apoyarme.


Me habían dicho que era imposible no encontrar un pelotón con el que ir, pues por imposible que parezca, hice la subida prácticamente en solitario y con viento en contra.


Iba viendo cómo el tiempo se echaba encima. No hay nada que me ponga más nervioso en estas pruebas, que no conocer el recorrido a priori. Llegué al primer avituallamiento, ya casi arriba, ni me bajé de la bici, le di los dos bidones de agua a un voluntario que me los repuso como el rayo, cogí un trozo de plátano y salí zumbando para hacer el último km antes del control. Y llegué, poco antes de las once, pero cumplí.


Tenía que estar en Escot antes de las doce de la mañana y ya me quedaba menos de una hora para hacer esos 40 Km. La bajada del puerto la hice a tope, jugándomela en cada curva, viendo cómo la ambulancia recogía a algún que otro participante accidentado. Yo solo pensaba en ir lo más rápido posible, viendo que iba adelantándome al reloj. Todo perfecto hasta que llegué a una zona de llaneo donde pegaba el viento de frente, ahí empecé a sufrir un poco viendo que lo que había adelantado, lo iba perdiendo. Tenía que parar sí o sí a hacer un pis, ya no aguantaba más. Eran más o menos las doce de la mañana cuando cogía el desvío para Escot, por delante de un pelotón de compañeros ciclistas, sabiendo que ya estaba prácticamente en el segundo control que buscaba con desesperación.

Y llegó el momento más amargo, cuando justo delante del control me para un miembro de la organización y me dice que quedo fuera de la prueba. Eran las 12.05. Justo detrás siguen llegando compañeros a los que también dejan fuera. Ruegos y protestas para que nos dejen continuar aunque sea sin dorsal, pero no puede ser, los gendarmes nos cortan el paso y nos obligan a dar la vuelta en bici o en el autobús de la organización.


Me pudo la desesperación, se me hizo un nudo en la garganta y se me humedecieron los ojos. Me había metido más de 1.100 Km en coche para participar en la prueba y por cinco minutos no me dejaban continuar, habiendo salido más de media hora después que Indurain, Olano y los mejores ciclistas.
Le decíamos al que había allí de la organización que teníamos tiempo de sobra para llegar al Marie-Blanque antes de las 15.00, pero las normas son las normas y no había tutía, aduciendo además que la gendarmería no dejaba pasar ya a nadie.

Llenaron un camión pequeño de bicicletas. La mía, junto con otras, la meten en el maletero del autobús, porque ya no cabían más en el camión. Vuelta a Sabiñánigo, todos muy serios. En esos momentos sólo pensaba en el tiempo que había perdido orinando y haciéndome la foto en el Somport, en vez de haber seguido sin perder minutos y, hubiese llegado en tiempo.

Mi aventura había terminado en el Km 90 según mi ciclocomputador. Mis dos amigos seguían por delante y coronaban el Marie Blanque.


Ya en Sabiñánigo, de vuelta, me cambié de ropa, gracias a que Miguelange había tenido la brillante idea de llevar dos llaves del coche, una para él y otra para mí por si surgía algún imprevisto, como así fue. Me dirigí hacia el lugar donde daban la comida para los participantes y me dediqué a hacer turismo.


Eran muchos los que esperaban a familiares y amigos bajo un riguroso sol, unos, otros a la sombra.


A esas horas ya bajaba Miguelange el Portalet.


No sabía de ellos, pero imaginaba que tanto él como Juan seguían luchando contra el crono y las montañas. Cerca de meta la gente se amontonaba esperando la llegada de los suyos.


Mis amigos coronaban ya Hoz de Jaca, con el rugoso tramo final.


Juan me daba un toque diciendo que ya habían terminado el último puerto y me preguntó que por dónde andaba yo, porque aún no sabían que mi aventura terminó a las 12.05. Ya que me quedé con ganas de bici, practiqué mi otra pasión: la fotografía.


Miguelange y Juan camino de Sabiñánigo, saboreando los últimos kilómetros.


Yo estaba situado cerca de la presa del Gállego, esperando su paso.


Durante la espera pude ver escenas muy bonitas, como la de esta pareja en la que el muchacho ciclista se apoya en su chica, después de haber terminado él la prueba.


Y pasaban mis amigos por la última curva.


A escasos metros ya de meta.


Prueba superada. Miguelange resoplando y Juan con una sonrisa que lo decía todo.


Fui en su busca y les acompañé a recoger sus merecidas medallas de bronce y sus diplomas. Me sentí muy feliz por ellos.


Han pasado ya tres semanas desde que se celebró esta grandiosa prueba. Me quedé con la miel en los labios, fui retirado cuando aún estaba entero físicamente y eso era lo que más coraje me daba. Me he lamentado y protestado unas pocas de veces, pero ya estoy otra vez con fuerzas para tirar del carro y luchar por todas.


Mi más sincera enhorabuena a todos esos campeones que consiguieron terminar la prueba y, especialmente, a esos chavales amigos míos: Miguelange y Juan, que con sus más de 50 años de edad, siguen pedaleando con la misma ilusión que un juvenil.